viernes, 8 de marzo de 2019
sábado, 2 de marzo de 2019
En el Oratorio, Templo de San Benito
Un arcoiris como regalo después de un fuerte chaparrón, en el Oratorio del Templo de San Benito,. Foto del Padre Gili,
Boletín mensual de Marzo de 2019
La
Comunidad de la Capilla SAN BENITO saluda con cariño a los vecinos del Barrio y
los invita a participar de sus actividades, todos los SÁBADOS:
De 14:30 a 16:45 horas: GRUPO JUVENIL (en el
Templo).
A partir de las 15:30 horas:
CATEQUESIS DE NIÑOS (para CONFESIÓN y CONFIRMACIÓN)
A las 17:00 horas:
CATEQUESIS DE LOS ADULTOS (para CONFESIÓN, COMUNIÓN y CONFIRMACIÓN)
Se requiere
puntualidad para la CATEQUESIS
- +3 de Marzo:
Misa
del 8° domingo de año -C-
- **4 y 5 de Marzo: Carnaval.
- ***6 de Marzo: Miércoles de Ceniza - Comienza
el tiempo de cuaresma. Día de ayuno y abstinencia.
- ***8 de Marzo: Día internacional de la mujer y Viernes
de Cuaresma - Día Penitencial y de
abstinencia.
- 10 de Marzo: Misa del 1° domingo de Cuaresma. Se imponen
las cenizas de los ramos de olivo que fueron bendecidos el domingo de Ramos del
año precedente.
- ***15 de
Marzo: Viernes
de Cuaresma – Día Penitencial y de
abstinencia
- ***16 de Marzo: San José Gabriel Brochero
- 17
de Marzo:
Misa del 2° domingo de Cuaresma año -B-
- ***19 de Marzo: San José, esposo de la Virgen María
- ***22
de Marzo: Viernes
de Cuaresma – Día Penitencial y de
abstinencia.
- 24
de Marzo: Misa del 3° domingo de Cuaresma año y San Oscar Romero, obispo mártir.
- ***29
de Marzo: Viernes
de Cuaresma – Día Penitencial y de
abstinencia. A las 15:00 horas, catequesis
para recibir la primera Confesión; la primera Comunión y la Confirmación para los que desean recibir los Sacramentos y
vivir junto a Jesús y a María. Bienvenida
a los chicos de la catequesis, con un momento de fiesta y acogida finalizando
con la Misa.
- 31 MARZO: Misa del 4° domingo de Cuaresma año
TEMPLO SAN BENITO. Tráiler del Padre Juan.
Año 2019 /Marzo. Visita de María Auxiliadora a las familias.
Cuaresma 2019: mensajes para la Cuaresma
Queridos
hermanos y hermanas:
Cada
año, a través de la Madre Iglesia, Dios «concede a sus hijos anhelar, con el
gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que […] por la celebración
de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos
de Dios» (Prefacio I de Cuaresma). De este modo podemos caminar, de Pascua en
Pascua, hacia el cumplimiento de aquella salvación que ya hemos recibido
gracias al misterio pascual de Cristo: «Pues hemos sido salvados en esperanza»
(Rm 8,24). Este misterio de salvación, que ya obra en nosotros durante la
vida terrena, es un proceso dinámico que incluye también a la historia y a toda
la creación. San Pablo llega a decir: «La creación, expectante, está aguardando
la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8,19). Desde esta perspectiva
querría sugerir algunos puntos de reflexión, que acompañen nuestro camino de
conversión en la próxima Cuaresma.
1. La redención de la creación
La celebración del Triduo Pascual de la
pasión, muerte y resurrección de Cristo, culmen del año litúrgico, nos llama
una y otra vez a vivir un itinerario de preparación, conscientes de que
ser conformes a Cristo (cf. Rm 8,29) es un don inestimable de la
misericordia de Dios.
Si el
hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja
llevar por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), y sabe reconocer y poner
en práctica la ley de Dios, comenzando por la que está inscrita en su corazón y
en la naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando en su
redención. Por esto, la creación —dice san Pablo— desea ardientemente que se
manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos gozan de la gracia del
misterio pascual de Jesús disfruten plenamente de sus frutos, destinados a
alcanzar su maduración completa en la redención del mismo cuerpo humano. Cuando
la caridad de Cristo transfigura la vida de los santos —espíritu, alma y
cuerpo—, estos alaban a Dios y, con la oración, la contemplación y el arte
hacen partícipes de ello también a las criaturas, como demuestra de forma
admirable el “Cántico del hermano sol” de san Francisco de Asís (cf. Enc. Laudato si’, 87). Sin
embargo, en este mundo la armonía generada por la redención está amenazada, hoy
y siempre, por la fuerza negativa del pecado y de la muerte.
Efectivamente,
cuando no vivimos como hijos de Dios, a menudo tenemos comportamientos
destructivos hacia el prójimo y las demás criaturas —y también hacia nosotros
mismos—, al considerar, más o menos conscientemente, que podemos usarlos como
nos plazca. Entonces, domina la intemperancia y eso lleva a un estilo de vida
que viola los límites que nuestra condición humana y la naturaleza nos piden
respetar, y se siguen los deseos incontrolados que en el libro de la Sabiduría
se atribuyen a los impíos, o sea a quienes no tienen a Dios como punto de
referencia de sus acciones, ni una esperanza para el futuro (cf. 2,1-11). Si no
anhelamos continuamente la Pascua, si no vivimos en el horizonte de la
Resurrección, está claro que la lógica del todo y ya, del tener cada
vez más acaba por imponerse.
Como
sabemos, la causa de todo mal es el pecado, que desde su aparición entre los
hombres interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la
cual estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo. El hecho de que se
haya roto la comunión con Dios, también ha dañado la relación armoniosa de los
seres humanos con el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que
el jardín se ha transformado en un desierto (cf. Gn 3,17-18). Se
trata del pecado que lleva al hombre a considerarse el dios de la creación, a
sentirse su dueño absoluto y a no usarla para el fin deseado por el Creador,
sino para su propio interés, en detrimento de las criaturas y de los demás.
Cuando
se abandona la ley de Dios, la ley del amor, acaba triunfando la ley del más
fuerte sobre el más débil. El pecado que anida en el corazón del hombre
(cf. Mc 7,20-23) —y se manifiesta como avidez, afán por un bienestar
desmedido, desinterés por el bien de los demás y a menudo también por el
propio— lleva a la explotación de la creación, de las personas y del medio
ambiente, según la codicia insaciable que considera todo deseo como un derecho
y que antes o después acabará por destruir incluso a quien vive bajo su
dominio.
3. La fuerza regeneradora del
arrepentimiento y del perdón
Por
esto, la creación tiene la irrefrenable necesidad de que se manifiesten los
hijos de Dios, aquellos que se han convertido en una “nueva creación”: «Si
alguno está en Cristo, es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado
lo nuevo» (2 Co5,17). En efecto, manifestándose, también la creación puede
“celebrar la Pascua”: abrirse a los cielos nuevos y a la tierra nueva
(cf. Ap 21,1). Y el camino hacia la Pascua nos llama precisamente a
restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el
arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de
la gracia del misterio pascual. Esta “impaciencia”, esta expectación de la
creación encontrará cumplimiento cuando se manifiesten los hijos de Dios, es decir
cuando los cristianos y todos los hombres emprendan con decisión el “trabajo”
que supone la conversión. Toda la creación está llamada a salir, junto con
nosotros, «de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa
libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21).
La
Cuaresma es signo sacramental de esta conversión, es una llamada a los
cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su
vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración
y la limosna. Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y
con las criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra
avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro
corazón. Orar para saber renunciar a la idolatría y a la
autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su
misericordia. Dar limosna para salir de la necedad de vivir y
acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro
que no nos pertenece. Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios
ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros
hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera
felicidad. Queridos hermanos y hermanas,
la “Cuaresma” del Hijo de Dios fue un entrar en el desierto de la
creación para hacer que volviese a ser aquel jardín de la comunión
con Dios que era antes del pecado original
(cf. Mc 1,12-13; Is 51,3).
Que
nuestra Cuaresma suponga recorrer ese mismo camino, para llevar también la
esperanza de Cristo a la creación, que «será liberada de la esclavitud de la
corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios»
(Rm 8,21). No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable. Pidamos a
Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión. Abandonemos
el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de
Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan
dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales.
Así, acogiendo en lo concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el
pecado y la muerte, atraeremos su fuerza transformadora también sobre la
creación.
Vaticano,
4 de octubre de 2018
Fiesta de San Francisco de Asís. PAPA Francisco
RECORDAMOS LOS CUMPLEAÑOS DE:
- 5/03 EUSEBIO MORALES
- 20/03 RONALDO CARRIZA
- 20/03 NINA HUENCHUR
Llegaron
a nuestra comunidad las nuevas Hna. María Directora del IMA y Hna. LUCIA
Misionera vietnamita, y sigue con nosotras la Hna. EVA Misionera polaca.
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