miércoles, 13 de abril de 2016

Visita de María Auxiliadora a las familias en la Iglesia San Benito

El Cirio Pascual en la Iglesia San Benito 
Es el símbolo más destacado del Tiempo Pascual. La palabra "cirio" viene del latín "cereus", de cera. El producto de las abejas. El cirio más importante es el que se enciende en la vigilia Pascual como símbolo de Cristo – Luz, y que se sitúa sobre una elegante columna o candelabro adornado.

El Cirio Pascual es ya desde los primeros siglos uno de los símbolos más expresivos de la Vigilia. En medio de la oscuridad, de una hoguera previamente preparada se enciende el Cirio, que tiene una inscripción en forma de cruz, acompañada de la fecha del año y de las letras Alfa y Omega, la primera y la última del alfabeto griego, para indicar que la Pascua del Señor Jesús, principio y fin del tiempo y de la eternidad, nos alcanza con fuerza nueva en el año concreto que vivimos. Al Cirio Pascual se le incrustan en la cera cinco granos de incienso, simbolizando las cinco llagas santas y gloriosas del Señor en la Cruz.

En la procesión de entrada de la Vigilia se canta por tres veces la aclamación al Cristo: "Luz de Cristo. Demos gracias a Dios", mientras progresivamente se van encendiendo los cirios de los presentes y las luces de la iglesia. Luego se coloca el cirio en la columna o candelabro que va a ser su soporte, y se proclama en torno a él, después de incensarlo, el solemne Pregón Pascual.

Además del simbolismo de la luz, el Cirio Pascual tiene también el de la ofrenda, como cera que se gesta en honor de Dios, esparciendo su Luz: "Acepta, Padre Santo, el sacrificio vespertino de esta llama, que la santa Iglesia te ofrece en la solemne ofrenda de este cirio, obra de las abejas. Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de Dios. Te rogamos que este Cirio, consagrado a tu nombre, destruya la oscuridad de esta noche".

El Cirio Pascual estará encendido en todas las celebraciones durante las siete semanas de la cincuentena pascual, al lado del ambón de la Palabra, hasta la tarde del domingo de Pentecostés. 

El Cirio Pascual también se usa durante los bautizos y en las exequias, es decir al principio y el término de la vida temporal, para simbolizar que un cristiano participa de la luz de Cristo a lo largo de todo su camino terreno, como garantía de su definitiva incorporación a Luz de la vida eterna.
Junto a María
Dame, Señor, la alegría de descubrir a tu Madre y tomarla como mía.
Dame, Señor, la alegría de estar a la espera de tu palabra como lo estuvo ella.
Dame, Señor, la finura de acoger y hacer vida tu palabra como tu madre la acogió y vivió.
Dame, Señor, ojos de sorpresa para contemplar y descubrir tu presencia en la debilidad de la vida.
Dame, Señor, fe para conocerte y servirte en la gente que me rodea.
Dame, Señor, manos para acogerte y tratarte en mis amigos y amigas como María te acogió y te abrazó a Ti.
                                           
En Abril, recordamos los cumpleaños de:

02/04 Luis Carriza        
07/04 Fabiana López        
12/04 Jamila Ruiz                                         
13/04 Hna. Paola Fma 
18/04 José Bahamonde   
19/04 Alejandro Darwin 

lunes, 11 de abril de 2016

El padre Juan: El gran iluminador de almas (última parte)

El padre Juan:
 El recién llegado cura español se sorprendió al ver el creciente rancherío de chapa alrededor del pueblo. En su parroquia San José Obrero empezó a recibir a “sus chilotes” inmigrantes para conocerlos y así iniciaba una tarea misionera que sería titánica. En los años ´60 pedía permanentemente al municipio que trazara las calles, corriendo las precarias viviendas con trineos, ordenando incipientes barrios en donde primero levantaba una capilla y pronto exigía a las autoridades un dispensario, una escuela, la comisaría, y luego acompañaba a los vecinos para pedir los servicios.
El padre Juan trabajó de manera incansable por el bienestar de muchos nuevos barrios galleguenses como “El Trencito”, “Del Carmen”, “Evita”, “Belgrano” y ahora el “San Benito”, con la ayuda del Obispado, de algunas autoridades, benefactores privados y sobre todo, el aporte incondicional de la gente humilde.Hoy, el padre Juan concluye un emocionante relato sobre su tarea como cura diocesano misionero durante casi cuarenta y cinco años y-como nunca es fácil hablar de si mismo-lo acompañan algunas de las personas que más lo conocen.
Publicado por Pablo Gustavo Beecher, en el diario La Opinión Austral.

San José Obrero

En cuanto arribé mi casa fue la parroquia “San José Obrero” donde la capilla estaba sin terminar. Había sido fundada por una gran misión salesiana junto a otros cuatro centros misioneros: Fátima, San Vicente, María Madre de la Iglesia y más tarde San Juan Bosco, y con el tiempo todas llegaron a ser parroquias, pero en ese momento no había más que San José Obrero y San Vicente de Paúl donde estaba mi compañero, Felicísimo Gómez, que levantó su parroquia con la colaboración de la familias Gotti y de Gumersindo Pacheco.
Muy cerca de mi parroquia había un puñado de casas de medio caño y el recordado bar “El baile de la Patricia” que era un lugar muy concurrido, con una estufa a carbón en el centro para que en invierno se animaran los parroquianos. Uno que otro que salía medio borracho de allí golpeaba la ventana de mi dormitorio a las cuatro de la mañana: “¡Padre Juan! …¡levántese que quiero tomar café y me quiero confesar con usted ahora que no me ve mi mujer”-“¡Estás borracho. Vete a casa. Mañana vienes!”.
Era gente muy buena y eran mucho más religiosos que ahora, la iglesia se llenaba de hombres más que mujeres. Eran muy pobres, no obstante más temerosos de Dios y más piadosos. La mayoría de la población estaba casada por la iglesia y es por ello que les digo: “¡Aprendan de vuestros padres. Hacéis lo que da la gana que así os va a ir a vosotros porque os habéis apartado de Dios. Y hay dos bandos: el de Dios y el del diablo!”.
En cuanto mi estadía de casi cuarenta y cinco años aquí puedo decir que quiero mucho a los Salesianos y a las Hijas de María Auxiliadora porque yo estoy aquí gracias a que ellos vinieron antes. Las Hijas de María Auxiliadora fueron las fundadoras de la Parroquia de San José Obrero. Ellas recorrían el barrio y me traían cientos de chicos y jóvenes. Me han ayudado hasta económicamente. En San José Obrero tuvimos además una catequesis de gitanos que la brindó una Hermana de María Auxiliadora. 

Los nuevos barrios

El ochenta por ciento de la gente humilde de los nuevos barrios eran chilotes a veces discriminados por los argentinos y por los mismos chilenos, entonces para animarlos yo les decía que había nacido en Llao Llao, un pueblecito de Chiloé. Ellos eran la mano de obra de Río Gallegos, albañiles y sus mujeres, las empleadas domésticas.
El intendente era el ingeniero Roberto Llaneza que venía todos los días a buscarme para ver cómo ordenábamos los nuevos barrios del pueblo y al otro día temprano le pedía las máquinas para trazar las calles porque no existían más que algunas huellas. El intendente y yo nos hicimos muy buenos amigos.
Me acuerdo de las peleas con el director de tierras para hacer calles y así fue que las casas de madera y chapa que quedaban en el medio teníamos que moverlas con enormes trineos. Mientras tanto pedíamos que se levantara un centro de promoción y cuanto antes una escuela.
Mi primer gran orgullo fue la construcción de la Escuela 11 porque en España fui maestro y lo sentía como algo muy especial. Me acuerdo que pedí al gobierno que hicieran una platea hasta la calle Jofré de Loaiza ya que era todo campo, pero el ministro, el doctor Pablo Jacinto Borrelli me dijo: “¡Usted está loco, padre. Eso nos costaría más que hacer un Río Gallegos nuevo!”.
Esta zona de la laguna María La Gorda no era más que pozos, canteras y ranchitos dispersos. El barrio Gregores recién empezaba a poblarse, pero el barrio de Fátima no existía y después fui yo quien puso el letrero del barrio Belgrano que lo bautizamos así con Alicia Kirchner que era asistenta social. Más adelante se organizarían los barrios “Del Carmen” y “Evita”.
En esos años la gente quería tener su terreno. Había miseria. Había hambre. El alcohol también era un fuerte problema social.
He tenido siempre muy buenos colaboradores, laicos comprometidos, que me ayudaron mucho, aunque ahora escasean vocaciones y laicos porque es muy poca la gente que quiere trabajar, creo que la familia y las instituciones actualmente están bastante desmoronadas.

El actual desafío

El barrio San Benito “va a su manera” porque no ha habido una planificación debido a esa discusión sobre si está dentro o fuera del ejido urbano …Una vez coloqué un cartel en la calle Roca en el que se leía: “Barrio San Benito. Promoción, promoción, promoción. No asistencialismo. Padre Juan”. Me pidieron que lo quitara, pero ese es mi pensamiento.
Mis sueños ahora son hacer un santuario a María Auxiliadora en la chacra de los salesianos para iniciar la procesión por la costa de la ría hasta Güer Aike y allí en ese paraje levantar dos hermosos santuarios, uno arriba y otro abajo, con torres bien altas.
Una estación de ferrocarril en el barrio “Padre Olivieri” con una línea que una Punta Loyola con Cabo Vírgenes y Río Gallegos con El Calafate, pasando por La Esperanza, y otra que una Río Turbio con Puerto Natales para que los chilenos hagan su parte hasta llegar a las Torres del Payne. ¡Imaginen decenas de niños con sus catequistas viajando a ver esas maravillas!
Hoy en mi parroquia recibo diariamente a la gente que me visita con mucho cariño, aprovecho a profundizar a los grandes santos y hacer vida espiritual.
El 26 de agosto quizás venga de visita el obispo de Ancud para ver a sus hijos chilotes en Río Gallegos. Me gustaría además que vinieran los obispos de Salta y Jujuy, y obispos de Bolivia para que también vean a sus hijos que eligieron vivir aquí porque el mejor gesto es que un padre obispo pueda ver como viven sus hijos en otras latitudes.
Me voy ahora a Madrid, España, para participar en Cuatro Vientos de la Jornada Mundial de la Juventud donde se esperan a más de 200 parroquias del mundo entero.
En este viaje aprovecharé a visitar a mis familiares. He celebrado antes misa en la ermita de mi pueblo donde la gente me dedicaba jotas: “¡Esta es para el cura del pueblo!”, con mucho afecto y me llegó a lo más profundo del alma. Ojalá se repita.
A la gente de Río Gallegos quiero decirle que me perdonen porque me hubiese gustado hacer más cosas lindas porque vine a trabajar, hice cuanto pude, pero he podido hacer muchísimo más. Gracias.

Juan Pedro Miranda

En 1984 llegué de Chile luego de algunos problemas ...Había sido dirigente vecinal y en 1973 fui preso político hasta 1975 que me soltaron, pero no pude venirme hasta 1983 porque me dieron la ciudad por cárcel, entonces recién en 1884 pude emigrar.
El primer domingo en que estaba acá pregunté por una parroquia cerca y me dijeron: “En Lisandro De La Torre”. Una vez que terminó la misa me acerqué al padre Juan y le dije que era de Chiloé. Me dijo: “¡Ah, no!, ¡yo también soy chilote!”. Este segoviano-por las fotos que me ha mostrado y por los comentarios de la gente-era un hombre de buen porte, alto, simpático, pero con sotanas.
Mi familia llegó en 1985. Mi esposa, Virginia, y yo, siempre fuimos allegados a la Iglesia Católica, entonces estuvimos con él que nos abrió las puertas de su parroquia y nos ofreció su brazo muy fuerte, y ahí comenzamos a interiorizarnos del trabajo que hizo este segoviano.
El decía que en ese entonces esto parecía una aldea del oeste. El dicho reza que el hilo se corta siempre por la parte más delgada y este hombre optó por la parte más delgada porque en ese entonces seguramente hubo con nuestros paisanos arbitrariedades e injusticias laborales, pero el padre Juan empezó a pechar y a pelar por esta gente, empezó a levantar parroquias, barrios, escuelas, como el típico español que llegó a colonizar, marcaba la plaza y colocaba la iglesia, la plaza de armas y la policía.
El padre Juan, donde hacía un barrio, exigía escuela, comisaría y después venía la pelea por el asfalto, el gas, el agua y las cloacas. Exigía y con razón. En esa época, cuenta él, que el intendente y el jefe de tierras tenían mucha aceptación por las inclinaciones del padre Juan, además seguramente, antes de que llegara a pechar otra cosa ¡ya lo atendían primero para sacárselo de encima!.
Hubo un tiempo en que del barrio chileno-que estaba en Roca al fondo-la Municipalidad llevó mucha gente con sus casillas al barrio Belgrano donde no había nada de nada. Allí empezó el trabajo del padre Juan.
En la época del proceso militar chileno en la zona de Punta Arenas había gente honorable que arriesgaba su vida y que acusaban de cualquier cosa y ya los agarraba la justicia militar. El padre Juan hizo en esa época el papel de “zorro” durante la noche, cruzando chilenos en algún paso de la frontera, salvándolos del patíbulo. Este fue un trabajo conjunto con la iglesia chilena. El se jugó porque en ese entonces los militares chilenos como los argentinos no tenían respeto ni por los curas.
El recibió muchos títulos, es obispo diocesano, pero no lo toma en cuenta porque es un obrero de la fe y lo han llamado “constructor de iglesias” y “arquetipo de párroco”. Es además de guía espiritual, un buen amigo. Mi esposa decía que además es un “labrador de almas” porque lo que hizo por los chilenos inmigrantes ahora lo está haciendo por los bolivianos.  
En los ´60 y los ´70 los chilenos podían exhibir la bandera chilena y el 18 de septiembre era feriado y podían hacer sus fondas y sus ramadas, pero después del conflicto del ´78, nunca más pudieron hacerlo, sin embargo me contaron que este cura, llegó el 18 y subió la bandera argentina junto con la chilena al mástil de la parroquia. Un jefe militar lo intimó a bajarla inmediatamente porque de lo contrario lo iban a fusilar, pero el cura Juan no la bajó porque es tozudo, entonces un conscripto se subió al mástil y la bajó.
En 1984-cuando llegué-lo veía con dos canastas inmensas pidiendo en las panaderías el pan del día anterior para los barrios pobres.
Me acuerdo que cuando estaba construyendo el barrio “El trencito” instaló su parroquia en un viejo colectivo y como andaba entre los obreros con sus zapatos medio torcidos, llenos de cemento, para su cumpleaños le regalamos un par de botines que recibió muy contento, pero al día siguiente lo volvimos a ver con los viejos zapatos, entonces le preguntamos: “Padre Juan: ¿Y los botines que le regalamos?”-“No. Es que pasó un hombrecito pobre y se los tuve que dar”. En la hora de almuerzo comía solito de manera muy humilde en la cocina de su parroquia. Ha comido pan duro porque el blando se lo daba a la gente que iba a golpearle la puerta.   
Hay anécdotas como la de aquellos parroquianos que salían de “El baile de la Patricia” y querían confesarse, y otra como esta… El siempre rezó responsos a la gente humilde que encontraban muerta o los acompañaba al cementerio. Una vez bajaron del campo a un peón que había fallecido y en la estancia lo empilcharon con su ropita y un par de botas nuevas. El padre Juan se dio cuenta de las botas del difunto y le hizo un gesto, como que tuviera ojo, a un sordito que estaba en el velatorio …que tenga cuidado con las botas. El padre, antes que taparan el cajón, fue a rezarle el último responso, miró ¡y ya no estaba el par de botas!, entonces lo apuró al sordito que le respondió: “¡Pero padre! …para lo que este cristiano tiene que caminar arriba …¿para qué quiere botas?” .
En los buenos años hacíamos asados en el quincho de San José Obrero, con guitarreadas, cantos, zambas, cuecas, tangos. Había un equipo de unos seis o siete varones que éramos el cinturón de seguridad del padre: Clemente Pérez, Elías Caballero, Federico Severnic y yo, entre otros. Me tocó ser el primer presidente de la Pastoral, ayudando al sacerdote en sus actividades. Me integré a esta comunidad, me dediqué al comercio y también me gusta escribir.
En agradecimiento vaya este homenaje al querido amigo, el padre Juan.

César Riquelme

En 1999 llegué de Punta Arenas a Río Gallegos y creo que siempre que uno llega a un lugar absolutamente desconocido, que por muy cerca que estemos, es otro país, necesitamos una mano amiga y conversando con diferentes personas todos daban la misma referencia: “Anda a hablar con el padre Juan que él puede darte una mano”.
Es así que llegué a hablar con él en la parroquia San José Obrero y me tendió una mano generosa muy importante. El fue de los primeros impulsores de la Pastoral Migratoria que trabaja y atiende en el Obispado todos los martes para que quienes venimos de afuera podamos regularizar la parte documental. Una vez que encontré trabajo, traje a mi familia.
Uno de los elementos que más llaman la atención es su acogida al migrante, creo que el valor del amor que él irradia a quienes venimos de afuera se debe a que a él no le importa el origen, el color de la piel ni las costumbres, sino que simplemente le interesa ayudar a las personas, entonces digo que cumple muy bien su dimensión sacerdotal porque es padre, amigo y hace su trabajo de sacerdocio.
En estos cuarenta y cuatro años que lleva trabajando en esa diócesis han pasado por él muchísimos chilenos a los que ha sabido tender una mano y además ha sido un referente muy importante, generación tras generación, en el casamiento, el bautismo de los hijos, después con los nietos y, naturalmente, el acompañamiento de un ser querido hasta el cementerio.  
Más adelante, después de conocer al padre Juan, empecé a trabajar y comencé a hacer mi camino de fe en la parroquia “Nuestra Señora del Carmen”, después tuve la suerte de tener mi primer acercamiento de trabajo con el padre cuando se inauguró el santuario de San Cayetano al que le faltaba la terminación. Es así que cuando logró reunir los recursos, terminaron la obra y me tocó trabajar en la organización de su inauguración, con la presencia de monseñor Alejandro Buccolini que consagró el templo al servicio y advocación de San Cayetano.
En este sentido el padre Juan se hizo eco en 1998 de una inquietud de un grupo de creyentes y devotos del Jesús Nazareno-que es tan venerada en Chiloé-cuando quisieron traer su imagen. El padre le comentó la inquietud al obispo Buccolini y se hicieron las gestiones pertinentes, entonces, en el marco de la visita de la Virgen de Guadalupe en que vino la gente de Punta Arenas, un grupo de señoras junto al padre Juan plantearon la inquietud al obispo de esa ciudad, monseñor Tomás González Morales, quien les aseguró que enviaría la imagen de regalo. El obispo habló con su par de Ancud y éste aceptó que se llevara una copia de la imagen que fue encargada al escultor en madera chilote Milton Muñoz. El 22 de abril de 1999 la imagen llegó finalmente al obispado de Río Gallegos donde monseñor Buccolini la bendijo y luego en procesión por las calles de la ciudad, hizo un alto en el Centro Chileno y luego siguió hasta el barrio Evita donde se depositó con inmensa alegría. Al año se celebran por el Nazareno dos fiestas: el 22 de abril por su cumpleaños y la gran fiesta que tiene lugar el último domingo de agosto.
Estos últimos años aprendí mucho del padre Juan sobre cómo reflexionar la palabra, el amor a los hermanos, de que es tan importante la predicación como el hecho porque no basta solamente con decirle a alguien que Dios lo ama, también ese amor se debe reflejar en hechos como una visita a la casa, acercar el trozo de pan que falta en la mesa, una ropa de abrigo. Un claro ejemplo es la obra del padre Juan y las Hermanas Vicentinas del comedor de la capilla “María de Nazaret” que diariamente ofrece el almuerzo a unos cincuenta niños.
En cuanto a su basta obra aquello que marca a fuego el trabajo del padre Juan es que no sólo se preocupó de que en un barrio estuviera el templo sino que además alrededor o cerca estuvieran: el jardín, la escuela, el dispensario, la comisaría, lo que vimos reflejado en los barrios “Del Carmen”, “Belgrano”, “Evita” y ahora está sucediendo en el “San Benito” donde el templo está en construcción y el gobierno se comprometió en construir una escuela. El padre, además, ahora está trabajando en los barrios que están frente al aeropuerto y en el barrio “Los Lolos” donde da una mano muy importante.
Es que siempre que la gente tuvo alguna necesidad, además de recurrir a las autoridades, ha sabido utilizar los buenos oficios del padre Juan que se presenta ante ellas con mucho respeto y cariño, pero también con mucha energía, haciendo ir a las autoridades hasta el terreno en cuestión para que vieran la realidad. Este es el estilo de trabajo que marca indudablemente el amor de la gente por el padre Juan.

Luis Angel Barría

Tenía doce años y estudiaba en el Seminario Pablo VI de Viedma, y cuando regresé de vacaciones a Río Gallegos empecé a trabajar con el padre Juan en la parroquia San José Obrero. El conocía a mi abuela paterna y eran de la misma edad.
Mi primera impresión fue la de un sacerdote español muy animado y después-a lo largo de los años-pude darme cuenta de algunas cosas que en ese momento no podía entender.
El Río Gallegos de esa época era muy distinto a este. El sector de San José Obrero era un barrio que recién estaba comenzando. Me acuerdo que al frente de la iglesia de San José, hacia la laguna María La Gorda, era una cantera donde vivía gente y cuando éramos chicos nos asustábamos al verlos. El padre me contó que apenas llegó a Río Gallegos se sorprendió de la pobreza de la periferia.
En esa época pude ver algo muy especial que tenía el padre y era esa cualidad de hombre visionario porque en las misas o en los rosarios había en la iglesia una o dos personas, entonces decía por el altoparlante que los vecinos se apuraran porque se estaba llenando y así motivaba a la gente.
En la época militar pidió al ministro Manrique cinco millones para la obra del barrio Del Carmen y finalmente le dieron once con los que se hizo la iglesia con sus dos torres, el centro de salud, el jardín, la Escuela Laboral “Domingo Savio” y la Escuela 44.
Mi madre colaboraba con el padre Juan en la Junta Vecinal y él llevaba a los intendentes para que escucharan los reclamos de los vecinos.
Mi familia luego se mudó cerca de San José y lo veíamos a las siete de la mañana con sus canastos llenos de pan para repartir por los distintos barrios. En la parroquia tenía una despensa repleta de víveres que eran los que repartía a los más carenciados y desde hace cuarenta y cuatro años organiza una cena navideña para los pobres en San José Obrero.
Más adelante participé del grupo de jóvenes dentro de la parroquia donde muchos conocimos a quienes después fueron nuestras esposas.
Hace algún tiempo le dije que quería conversar con él para saber todo lo que hacía. Unos días después me lo encontré en La Anónima con varios carros de mercadería como carne, leche, pan, facturas y me dijo: “Luis Angel. Esto es lo que hago. Esto es para los chicos del San Benito que tienen una actividad”.
Un día le conté que me vinculaba a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días y lo tomó en forma muy natural y en ningún momento me hizo algún comentario negativo, creo que lo aceptó porque sabe que sigo en una misma creencia en Jesucristo, firme.
Este año-en que él estuvo internado-tuve el privilegio de cuidarlo junto a otras personas y él resaltaba que yo era el único mormón que lo hacía. He tenido la dicha de conversar largo y tendido con él, que me contara su vida, sus primeros años, sus proyectos. Me dijo: “¡Anota Luis Angel!”.
El padre Juan es promotor de las iglesias y parroquias en distintos barrios: “Del Carmen”, “Inmaculada”, “Sagrado Corazón”, la capilla “Virgen de Loreto” de la Fuerza Aérea, la Iglesia de “San Francisco y Santa Clara” del barrio Concejo Agrario, “María de Nazaret”, “San Cayetano”, la capilla “Nuestra Señora de Luján” de Base Marambio en la Antártica y ahora en el barrio “San Benito”.
El padre Juan visita a mi familia desde que nació mi primer hijo. En cada acontecimiento familiar está cerca y en Navidad canta con nosotros y es un ser muy animado, realmente disfrutamos mucho de su visita. Este es un privilegio no sólo mío sino de muchas familias que lo reciben.

viernes, 8 de abril de 2016

El padre Juan: El gran iluminador de almas (primera parte)

"Padre Juan Barrio Herrera, iniciador de la obra del templo de San Benito, en Río Gallegos"
En Castroserna

Yo nací en 1927 en Castroserna de Abajo, en la provincia de Segovia, España, un pueblecito con un hermoso río que baja de la montaña y permite una abundante vegetación. Este dista unos ochenta kilómetros de Madrid, pero en esa época parecía lejísimos porque no había vehículos salvo que se tomara un ómnibus que demoraba bastante.
Mis padres fueron Juan Barrio y Joaquina Herrero y mis hermanos: Manuel, Rufino y Joaquina. Mi familia vivía del campo donde se cultivaba toda clase de cereales y vivíamos realmente bien. Mi madre ejerció el magisterio desde los diecisiete años y fue la única maestra que tuve de pequeño. Ella tenía dos hermanos que también eran maestros. Una prima mía era Elvira-hija de tío Luis-que fue de las Hermanas Agustinas.
Mi madre fue maestra por más de cincuenta años y se jubiló recién cuando cumplió los setenta. Era una escuela mixta porque los pueblos allí eran pequeños.
Mis abuelos paternos eran tres hermanos Barrio casados con tres hermanas González y vivían las tres familias vecinas con el mismo patio donde correteaban las gallinas y los pollos. Mi padre además tenía comercio.
Mi casa era de piedra, sencilla, construida por los constructores vecinos, las calles de tierra o piedra. Hay muchas cuevas y una ermita dedicada a la Virgen de los Remedios.
Allí viví hasta los once años que fue cuando ingresé en el Seminario Diocesano de Segovia. Había pensado en algún día ser un sacerdote, mis padres me apoyaron y con mucho sacrificio monetario me dejaron ir al seminario. Había terminado la Guerra Civil Española y la situación no era buena.
Es que nosotros estábamos en el límite del frente y esta es una historia muy difícil de contar. En 1936 empezó la guerra. Yo tenía apenas diez años y estaba muy asustado. Teníamos mucho miedo, escuchábamos los aviones y los bombardeos.
Había que llevar los animales al frente de combate para colaborar con los soldados porque de lo contrario venían a las casas y sin pedir permiso se llevaban las vacas y las ovejas, y con un burrito de noche, cuando no nos vieran, salíamos a buscar leña para llevarles al frente porque en invierno hacía mucho frío.
En esos años pasamos hambre y muchas privaciones. En la casa se trataba de esconder algo de comida para que no se llevaran todo. Hay cosas de la guerra que es mejor ni contarlas. Murieron vecinos y amigos nuestros. En el pueblo no hubo daños salvo el sufrimiento por los muchachos que no volvieron. Eso fue muy triste. Una vez que terminó la guerra civil, España pasaría muchos años más de hambre.

Juan maestro

Mi familia me acompañó a Segovia donde quedé pupilo. Es que sentía deseos como siente un buen cristiano, teniendo la gracia de Dios de nuestro bautismo en nuestra alma que nos invita a vivir en comunión, con esa gran familia que es la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En el seminario recibí una formación que sentí con mucha alegría, aunque todavía como un niño porque no comprendía muy bien de qué se trataba.
Un año después mi madre se trasladó como maestra a un pueblo de la provincia de Avila, entonces decidí dejar el seminario y estudiar magisterio como mi ella.
En 1948 me recibí de maestro en la Escuela Normal de Magisterio en Avila y empecé a ejercer en 1950.
En ese momento tenía que determinarme a formar una familia, sin embargo mi corazón seguía muy inclinado y piadoso, a mi manera, cerca de los curas y yendo a misa, es decir que me tiraban mucho las cosas de la Iglesia.
Mientras tanto en Victoria crearon una escuela para gitanos. Esta era la segunda porque la primera fue hecha en Zaragoza. El Consejo Provincial de Educación me propuso ser maestro de los gitanos. Me daba mucha ilusión el fin de ver una forma nueva de vivir. Había además religiosas que atendían a los chicos gitanos. Me iba con ellos a sus asentamientos adonde me invitaban y tenía algo de miedo de que me ofrecieran de almorzar, sin embargo me encontré con que cocinaban estupendo.

El seminario

En ese entonces todavía sentía el deseo de algo que no llegaba a descubrir y la idea de ser sacerdote rondaba en mi cabeza cada vez más, pero tenía veintinueve años y normalmente los seminaristas empezaban a los doce o catorce años y a los veintidós o veintitrés cantaban su primera misa.
Un día me decidí y llamé por teléfono desde mi escuelita de gitanos al rector del Seminario a quien conocía de vista y le dije que me gustaría tener una entrevista porque tenía una pequeña inquietud: “Te espero en el confesionario de la catedral el día…” y allí nos encontramos y le conté toda mi vida como si fuera una confesión general.
Me dijo que al seminario también ingresaban mayores y que tenían cursos intensivos, uno era de latín.
Mi preocupación era cómo iba a ser todo eso …cómo pagaría la pensión de cuatro mil pesetas al año si dejaba mi empleo como maestro. Por fortuna tenía amistades. Entre quienes habían fundado la escuela de gitanos había laicos comprometidos, personas muy pudientes, que cuando se enteraron de que me iba al seminario me dijeron: “No te preocupes. Todos los gastos que tengas nosotros te los vamos a pagar”. Esto me alentó sobremanera.
El obispo de Victoria era Francisco Vallabrígara, un aragonés de Zaragoza que me recibió con mucho cariño. Un día el rector del seminario me contó que el obispo le había dicho que no me pusieran ninguna dificultad y que me ayudaran a ser sacerdote.   
En el seminario de Victoria había setecientos seminaristas y después crearon las diócesis de Bilbao y de San Sebastián. En Vizcaya, Gipuzcua y Avila ahora tenían cientos de seminaristas.
Mi madre quedó impresionada con la noticia: “¡Cómo! …¡A tus años! …¿ahora? …¿y cómo te vas a defender?” y le dije que tenía gente buena que me ayudaría y que además me pondría en las manos de Dios y que veríamos lo que sucedería.

La ordenación

Me ordené sacerdote diocesano el 15 de julio de 1963 en la Casa Provincial de los Jesuitas de calle Maldonado y allí no conocía a ninguno de los ordenandos ni al obispo siquiera. Y canté mi primera misa en Segovia al día siguiente, el 16 de julio de 1963, Día de la Virgen del Carmen, en el santuario de la patrona de Segovia “Nuestra Señora de la Fuentisla”. Mi madre y buena parte de mi familia estaba presente.
El obispo de Victoria quería que yo fuera el sacerdote de los gitanos, pero me costó mucho encardenarme en la provincia de Vascongada ...son buenísimos, pero son distintos y pensé que no iba a poder desarrollar plenamente mi sacerdocio, entonces decidí irme a mi diócesis de Segovia porque pensé que estaría más normal y podría desarrollarme y trabajar con más naturalidad.
En Victoria se llevaron una gran desilusión tras enterarse de que me marchaba. Me fui entonces a mi diócesis. Me encardené allí y me dieron el pueblo de Cuella con catorce parroquias donde permanecí dos años. Yo la gocé allí porque había tres o cuatro religiosas, dos concepcionistas de vida de clausura y contemplativa y dos franciscanas de vida activa. Unas atendían el colegio y las otras el hospital. Yo era uno de los vicarios. Me levantaba con entusiasmo a las seis de la mañana a tocar el Ave María con las campanas.
Más adelante me trasladaron a un pueblecito, Otero, muy cerca del Valle de los Caídos y del Escorial, donde tienen la ermita de la Virgen de Ladrada, decían que la vio un pastor porque empezó a ladrar su perro.
Un día me enteré que pasaba un sacerdote que buscaba vocaciones para los salesianos y le mandé catorce muchachos a su seminario, algunos llegaron a ser sacerdotes.
En ese momento sentí que este pueblito me quedaba chico y le pregunté al salesiano cómo había que hacer para llegar a algún sitio que tenga necesidad aunque fuera el último del mundo donde nadie quiera ir. Me dijo: “Mira …pues hay dos diócesis en la Argentina que son Río Gallegos y Neuquén”, entonces escribí a los dos obispos: a monseñor Nevares de Neuquén y monseñor Magliano de Río Gallegos que casualmente estaban en el Concilio Vaticano Segundo.
Me contestaron ambos cartas muy atentas. El de Río Gallegos me escribió: “No tenemos ningún sacerdote diocesano. Será el primero. Se acaba de fundar esta diócesis”. Otro día me escribió diciéndome que iba a conocer mi parroquia porque le había dado buena impresión y tenía mucha necesidad de contar con un colaborador, pero yo no quería irme solo y le ofrecí al padre Felicísimo Gómez que también se decidió a acompañarme.

Hacia la Argentina

Me marché de Otero sin decirle adiós a nadie. El 4 de octubre de 1966-Día de San Francisco-llegamos en barco a Buenos Aires donde nos recibieron los salesianos que nos llevaron a recorrer la ciudad y la Basílica de Luján. Eramos los primeros curas de clero diocesano.
El 12 de octubre viajamos en avión a Río Gallegos ... Me reía porque decíamos: “¡Como Cristóbal Colón!”, pero a la conquista de la Patagonia.
Al día siguiente monseñor Magliano nos recibió en su despacho del Obispado. Nosotros preguntamos dónde teníamos nuestra parroquia y nos respondió: “La diócesis es su parroquia …nosotros no sabemos nada de parroquias porque faltan sacerdotes para atender a tantos jóvenes y colegios que tenemos. Hacer lo que quieran” y enseguida nos fuimos con Felicísimo a recorrer los barrios del pueblo y nos llamaba la atención lo pobre que estaban.

(El padre Felicísimo Gómez fue quien levantó la iglesia y la parroquia San Vicente de Paul).

Artículo publicado por Pablo Gustavo Beecher, en el diario La Opinión Austral de Río Gallegos.

Otra publicación: "Adiós a un verdadero misionero"


martes, 5 de abril de 2016

Bendición de San Benito

-Señor, escucha mi oración
-Y llegue a tí mi clamor

Oremos:

Dios omnipotente, dador de todos los bienes, te suplicamos humildemente que por la intercesión de nuestro Padre San Benito, infundas tu bendición sobre esta sagrada medalla, a fin de que quien la lleve, dedicándose a las buenas obras, merezca conseguir la salud del alma y del cuerpo, la gracia de la santificación, y todas la indulgencias que se nos otorgan, y que por la ayuda de tu misericordia se esfuerce en evitar la acechanzas y engaños del diablo, y merezca aparecer santo y limpio en tu presencia.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor. Amén.

Medalla de San Benito, historia y significado

Desde hace siglos, muchos cristianos han usado la medalla del famoso exorcista San Benito en la lucha espiritual contra las fuerzas del mal.
El origen de la Medalla es incierto, pero se usó desde muy antiguo. 
En el S. XVII, durante  un juicio de brujería en Alemania, unas mujeres acusadas testificaron que no tenían poder sobre la Abadía de Metten porque estaba bajo la  protección de la cruz.
Cuando se investigó, se hallaron en las paredes del recinto varias cruces pintadas rodeadas por las letras que se encuentran ahora en las medallas. Más adelante se encontró un pergamino con la imagen de San Benito y las palabras completas de las letras.
La Medalla, como se le conoce ahora, es la del jubileo que se emitió en 1880 por el décimo cuarto centenario del nacimiento del Santo y lanzada exclusivamente por el Superior Abad de Monte Cassino.
Con ella se puede obtener la indulgencia plenaria en la Fiesta de San Benito (11 de julio), siguiendo las condiciones habituales que manda la Iglesia (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice).

Explicación del anverso

En las antiguas medallas aparece, rodeando la figura del santo, este texto latino en frase entera: Eius in óbitu nostro preséntia muniámur. "Que a la hora de nuestra muerte, nos proteja tu presencia".
En las medallas actuales, frecuentemente desaparece la frase que es sustituida por esta: Crux Sancti Patris Benedicti, o todavía, más simplemente, por la inscripción: Sanctus Benedictus.
Explicación del reverso

En cada uno de los cuatro lados de la cruz: C. S. P. B. Crux Sancti Patris Benedicti. Cruz del Santo Padre Benito
En el palo vertical de la cruz: C. S. S. M. L. Crux Sácra Sit Mihi Lux. Que la Santa Cruz sea mi luz
En el palo horizontal de la cruz: N. D. S. M. D. Non Dráco Sit Mihi Dux. Que el demonio no sea mi jefe
Empezando por la parte superior, en el sentido del reloj: V. R. S. Vade Retro Satána. Aléjate Satanás - N. S. M. V. Non Suáde Mihi Vána. No me aconsejes cosas vanas - S. M. Q. L. Sunt Mála Quae Libas. Es malo lo que me ofreces - I. V. B. ípse Venéna Bíbas. Bebe tú mismo tu veneno

En la parte superior, encima de la cruz suele aparecer unas veces la palabra PAX y en las más antiguas IESUS.

Breve biografía de San Benito

Benito de Nursia (Nursia, 480-Montecasino, 21 de marzo de 547) fue un religioso cristiano, considerado el iniciador de la vida monástica en Occidente. Fundó la orden de los benedictinos cuyo fin era establecer monasterios basados en la autarquía, es decir, autosuficientes; comúnmente estaban organizados en torno a la iglesia de planta basilical y el claustro. Es considerado patrón de Europa y patriarca del monacato occidental. Benito escribió una regla para sus monjes que fue llamada "La Santa Regla" que ha sido inspiración para muchas de las de otras comunidades religiosas.
A Benito se le representa habitualmente con el libro de la Regla, una copa rota, y un cuervo con un trozo de pan en el pico, en memoria del pan envenenado que recibió Benito de un sacerdote de la región de Subiaco que le envidiaba.
Algunos creyentes invocan a Benito para protegerse contra las picaduras de las ortigas, el veneno, la erisipela, la fiebre y las tentaciones.
Es patrono de los archiveros, agricultores, ingenieros, curtidores, moribundos, granjeros, de la villa Heerdt cerca de Düsseldorf en Alemania, de enfermedades inflamatorias, de los arquitectos italianos, de Monreal del Llano en Cuenca (España), de los que padecen enfermedades de riñón, de los monjes, de la villa de Nursia (su ciudad natal), de Italia, de los religiosos (entiéndase pertenecientes a congregaciones religiosas), de los escolares, de los criados, de los espeleólogos.
Las reliquias de Benito están conservadas en la cripta de la abadía de Saint-Benoît-sur-Loire (Fleury), cercana a Orleans y de Germigny-des-Prés, donde se encuentra una iglesia carolingia, en el centro de Francia. También se encuentra un hueso del cráneo de San Benito en Monreal del Llano en Cuenca (España).

La Regla de San Benito

La regla benedictina es una regla monástica que Benito de Nursia escribió a principios del siglo VI destinada a los monjes. Cuando le destinaron al norte de Italia como abad de un grupo de monjes, éstos no aceptaron la Regla y además hubo entre ellos un conato de conspiración para envenenarle. Benito se trasladó entonces al monte Cassino, al noroeste de Mongolos, donde fundó el monasterio que sería conocido más tarde como Montecassino. Allí le siguieron algunos jóvenes, formando una comunidad que acató y siguió la Regla, conocida por las generaciones futuras como Regula Sancti Benedicti, de 73 capítulos, algunos añadidos y modificados después por sus seguidores. Esta regla benedictina fue acogida por la mayoría de los monasterios fundados durante la Edad Media.
El principal mandato es el ora et labora, con una especial atención a la regulación del horario. Se tuvo muy en cuenta el aprovechamiento de la luz solar según las distintas estaciones del año, para conseguir un equilibrio entre el trabajo (generalmente trabajo agrario), la meditación, la oración y el sueño. Se ocupó San Benito de las cuestiones domésticas, los hábitos, la comida, bebida, etc. Una de las críticas que tuvo esta regla al principio fue la «falta de austeridad» pues no se refería en ningún capítulo al ascetismo puro sino que se imponían una serie de horas al trabajo, al estudio y a la lectura religiosa, además de la oración.
La regla daba autoridad de patriarca al abad del monasterio que al mismo tiempo tenía la obligación de consultar con el resto de la comunidad los temas más importantes. Los discípulos de Benito se encargaron de difundir la Regla por toda Europa y durante siglos (hasta la adopción de la regla de San Agustín por los premostratenses en el siglo XII y los dominicos en el siglo XIII), fue la única ordenanza a seguir por los distintos monasterios que se fueron fundando.
Siguiendo los preceptos, el hábito benedictino debía estar formado por una túnica y un escapulario, cubiertas ambas piezas por una capa con capucha. No se dice el color que deban llevar dichas prendas, aunque se cree que seguramente serían de la coloración de la lana sin teñir, que era lo más fácil en los primeros tiempos. Después, el color negro fue el predominante hasta que llegó la reforma de los cistercienses, que volvieron a adoptar el blanco; de ahí la diferencia que se hace entre monjes negros y monjes blancos, ambos descendientes y seguidores de la orden benedictina.
Carlomagno en el siglo VIII encargó una copia e invitó a seguir esta regla a todos los monasterios de su imperio. Dio orden de que los monjes se aprendiesen de memoria todos los capítulos para estar siempre listos a recitar cualquiera de ellos cuando así se lo demandasen.