lunes, 11 de abril de 2016

El padre Juan: El gran iluminador de almas (última parte)

El padre Juan:
 El recién llegado cura español se sorprendió al ver el creciente rancherío de chapa alrededor del pueblo. En su parroquia San José Obrero empezó a recibir a “sus chilotes” inmigrantes para conocerlos y así iniciaba una tarea misionera que sería titánica. En los años ´60 pedía permanentemente al municipio que trazara las calles, corriendo las precarias viviendas con trineos, ordenando incipientes barrios en donde primero levantaba una capilla y pronto exigía a las autoridades un dispensario, una escuela, la comisaría, y luego acompañaba a los vecinos para pedir los servicios.
El padre Juan trabajó de manera incansable por el bienestar de muchos nuevos barrios galleguenses como “El Trencito”, “Del Carmen”, “Evita”, “Belgrano” y ahora el “San Benito”, con la ayuda del Obispado, de algunas autoridades, benefactores privados y sobre todo, el aporte incondicional de la gente humilde.Hoy, el padre Juan concluye un emocionante relato sobre su tarea como cura diocesano misionero durante casi cuarenta y cinco años y-como nunca es fácil hablar de si mismo-lo acompañan algunas de las personas que más lo conocen.
Publicado por Pablo Gustavo Beecher, en el diario La Opinión Austral.

San José Obrero

En cuanto arribé mi casa fue la parroquia “San José Obrero” donde la capilla estaba sin terminar. Había sido fundada por una gran misión salesiana junto a otros cuatro centros misioneros: Fátima, San Vicente, María Madre de la Iglesia y más tarde San Juan Bosco, y con el tiempo todas llegaron a ser parroquias, pero en ese momento no había más que San José Obrero y San Vicente de Paúl donde estaba mi compañero, Felicísimo Gómez, que levantó su parroquia con la colaboración de la familias Gotti y de Gumersindo Pacheco.
Muy cerca de mi parroquia había un puñado de casas de medio caño y el recordado bar “El baile de la Patricia” que era un lugar muy concurrido, con una estufa a carbón en el centro para que en invierno se animaran los parroquianos. Uno que otro que salía medio borracho de allí golpeaba la ventana de mi dormitorio a las cuatro de la mañana: “¡Padre Juan! …¡levántese que quiero tomar café y me quiero confesar con usted ahora que no me ve mi mujer”-“¡Estás borracho. Vete a casa. Mañana vienes!”.
Era gente muy buena y eran mucho más religiosos que ahora, la iglesia se llenaba de hombres más que mujeres. Eran muy pobres, no obstante más temerosos de Dios y más piadosos. La mayoría de la población estaba casada por la iglesia y es por ello que les digo: “¡Aprendan de vuestros padres. Hacéis lo que da la gana que así os va a ir a vosotros porque os habéis apartado de Dios. Y hay dos bandos: el de Dios y el del diablo!”.
En cuanto mi estadía de casi cuarenta y cinco años aquí puedo decir que quiero mucho a los Salesianos y a las Hijas de María Auxiliadora porque yo estoy aquí gracias a que ellos vinieron antes. Las Hijas de María Auxiliadora fueron las fundadoras de la Parroquia de San José Obrero. Ellas recorrían el barrio y me traían cientos de chicos y jóvenes. Me han ayudado hasta económicamente. En San José Obrero tuvimos además una catequesis de gitanos que la brindó una Hermana de María Auxiliadora. 

Los nuevos barrios

El ochenta por ciento de la gente humilde de los nuevos barrios eran chilotes a veces discriminados por los argentinos y por los mismos chilenos, entonces para animarlos yo les decía que había nacido en Llao Llao, un pueblecito de Chiloé. Ellos eran la mano de obra de Río Gallegos, albañiles y sus mujeres, las empleadas domésticas.
El intendente era el ingeniero Roberto Llaneza que venía todos los días a buscarme para ver cómo ordenábamos los nuevos barrios del pueblo y al otro día temprano le pedía las máquinas para trazar las calles porque no existían más que algunas huellas. El intendente y yo nos hicimos muy buenos amigos.
Me acuerdo de las peleas con el director de tierras para hacer calles y así fue que las casas de madera y chapa que quedaban en el medio teníamos que moverlas con enormes trineos. Mientras tanto pedíamos que se levantara un centro de promoción y cuanto antes una escuela.
Mi primer gran orgullo fue la construcción de la Escuela 11 porque en España fui maestro y lo sentía como algo muy especial. Me acuerdo que pedí al gobierno que hicieran una platea hasta la calle Jofré de Loaiza ya que era todo campo, pero el ministro, el doctor Pablo Jacinto Borrelli me dijo: “¡Usted está loco, padre. Eso nos costaría más que hacer un Río Gallegos nuevo!”.
Esta zona de la laguna María La Gorda no era más que pozos, canteras y ranchitos dispersos. El barrio Gregores recién empezaba a poblarse, pero el barrio de Fátima no existía y después fui yo quien puso el letrero del barrio Belgrano que lo bautizamos así con Alicia Kirchner que era asistenta social. Más adelante se organizarían los barrios “Del Carmen” y “Evita”.
En esos años la gente quería tener su terreno. Había miseria. Había hambre. El alcohol también era un fuerte problema social.
He tenido siempre muy buenos colaboradores, laicos comprometidos, que me ayudaron mucho, aunque ahora escasean vocaciones y laicos porque es muy poca la gente que quiere trabajar, creo que la familia y las instituciones actualmente están bastante desmoronadas.

El actual desafío

El barrio San Benito “va a su manera” porque no ha habido una planificación debido a esa discusión sobre si está dentro o fuera del ejido urbano …Una vez coloqué un cartel en la calle Roca en el que se leía: “Barrio San Benito. Promoción, promoción, promoción. No asistencialismo. Padre Juan”. Me pidieron que lo quitara, pero ese es mi pensamiento.
Mis sueños ahora son hacer un santuario a María Auxiliadora en la chacra de los salesianos para iniciar la procesión por la costa de la ría hasta Güer Aike y allí en ese paraje levantar dos hermosos santuarios, uno arriba y otro abajo, con torres bien altas.
Una estación de ferrocarril en el barrio “Padre Olivieri” con una línea que una Punta Loyola con Cabo Vírgenes y Río Gallegos con El Calafate, pasando por La Esperanza, y otra que una Río Turbio con Puerto Natales para que los chilenos hagan su parte hasta llegar a las Torres del Payne. ¡Imaginen decenas de niños con sus catequistas viajando a ver esas maravillas!
Hoy en mi parroquia recibo diariamente a la gente que me visita con mucho cariño, aprovecho a profundizar a los grandes santos y hacer vida espiritual.
El 26 de agosto quizás venga de visita el obispo de Ancud para ver a sus hijos chilotes en Río Gallegos. Me gustaría además que vinieran los obispos de Salta y Jujuy, y obispos de Bolivia para que también vean a sus hijos que eligieron vivir aquí porque el mejor gesto es que un padre obispo pueda ver como viven sus hijos en otras latitudes.
Me voy ahora a Madrid, España, para participar en Cuatro Vientos de la Jornada Mundial de la Juventud donde se esperan a más de 200 parroquias del mundo entero.
En este viaje aprovecharé a visitar a mis familiares. He celebrado antes misa en la ermita de mi pueblo donde la gente me dedicaba jotas: “¡Esta es para el cura del pueblo!”, con mucho afecto y me llegó a lo más profundo del alma. Ojalá se repita.
A la gente de Río Gallegos quiero decirle que me perdonen porque me hubiese gustado hacer más cosas lindas porque vine a trabajar, hice cuanto pude, pero he podido hacer muchísimo más. Gracias.

Juan Pedro Miranda

En 1984 llegué de Chile luego de algunos problemas ...Había sido dirigente vecinal y en 1973 fui preso político hasta 1975 que me soltaron, pero no pude venirme hasta 1983 porque me dieron la ciudad por cárcel, entonces recién en 1884 pude emigrar.
El primer domingo en que estaba acá pregunté por una parroquia cerca y me dijeron: “En Lisandro De La Torre”. Una vez que terminó la misa me acerqué al padre Juan y le dije que era de Chiloé. Me dijo: “¡Ah, no!, ¡yo también soy chilote!”. Este segoviano-por las fotos que me ha mostrado y por los comentarios de la gente-era un hombre de buen porte, alto, simpático, pero con sotanas.
Mi familia llegó en 1985. Mi esposa, Virginia, y yo, siempre fuimos allegados a la Iglesia Católica, entonces estuvimos con él que nos abrió las puertas de su parroquia y nos ofreció su brazo muy fuerte, y ahí comenzamos a interiorizarnos del trabajo que hizo este segoviano.
El decía que en ese entonces esto parecía una aldea del oeste. El dicho reza que el hilo se corta siempre por la parte más delgada y este hombre optó por la parte más delgada porque en ese entonces seguramente hubo con nuestros paisanos arbitrariedades e injusticias laborales, pero el padre Juan empezó a pechar y a pelar por esta gente, empezó a levantar parroquias, barrios, escuelas, como el típico español que llegó a colonizar, marcaba la plaza y colocaba la iglesia, la plaza de armas y la policía.
El padre Juan, donde hacía un barrio, exigía escuela, comisaría y después venía la pelea por el asfalto, el gas, el agua y las cloacas. Exigía y con razón. En esa época, cuenta él, que el intendente y el jefe de tierras tenían mucha aceptación por las inclinaciones del padre Juan, además seguramente, antes de que llegara a pechar otra cosa ¡ya lo atendían primero para sacárselo de encima!.
Hubo un tiempo en que del barrio chileno-que estaba en Roca al fondo-la Municipalidad llevó mucha gente con sus casillas al barrio Belgrano donde no había nada de nada. Allí empezó el trabajo del padre Juan.
En la época del proceso militar chileno en la zona de Punta Arenas había gente honorable que arriesgaba su vida y que acusaban de cualquier cosa y ya los agarraba la justicia militar. El padre Juan hizo en esa época el papel de “zorro” durante la noche, cruzando chilenos en algún paso de la frontera, salvándolos del patíbulo. Este fue un trabajo conjunto con la iglesia chilena. El se jugó porque en ese entonces los militares chilenos como los argentinos no tenían respeto ni por los curas.
El recibió muchos títulos, es obispo diocesano, pero no lo toma en cuenta porque es un obrero de la fe y lo han llamado “constructor de iglesias” y “arquetipo de párroco”. Es además de guía espiritual, un buen amigo. Mi esposa decía que además es un “labrador de almas” porque lo que hizo por los chilenos inmigrantes ahora lo está haciendo por los bolivianos.  
En los ´60 y los ´70 los chilenos podían exhibir la bandera chilena y el 18 de septiembre era feriado y podían hacer sus fondas y sus ramadas, pero después del conflicto del ´78, nunca más pudieron hacerlo, sin embargo me contaron que este cura, llegó el 18 y subió la bandera argentina junto con la chilena al mástil de la parroquia. Un jefe militar lo intimó a bajarla inmediatamente porque de lo contrario lo iban a fusilar, pero el cura Juan no la bajó porque es tozudo, entonces un conscripto se subió al mástil y la bajó.
En 1984-cuando llegué-lo veía con dos canastas inmensas pidiendo en las panaderías el pan del día anterior para los barrios pobres.
Me acuerdo que cuando estaba construyendo el barrio “El trencito” instaló su parroquia en un viejo colectivo y como andaba entre los obreros con sus zapatos medio torcidos, llenos de cemento, para su cumpleaños le regalamos un par de botines que recibió muy contento, pero al día siguiente lo volvimos a ver con los viejos zapatos, entonces le preguntamos: “Padre Juan: ¿Y los botines que le regalamos?”-“No. Es que pasó un hombrecito pobre y se los tuve que dar”. En la hora de almuerzo comía solito de manera muy humilde en la cocina de su parroquia. Ha comido pan duro porque el blando se lo daba a la gente que iba a golpearle la puerta.   
Hay anécdotas como la de aquellos parroquianos que salían de “El baile de la Patricia” y querían confesarse, y otra como esta… El siempre rezó responsos a la gente humilde que encontraban muerta o los acompañaba al cementerio. Una vez bajaron del campo a un peón que había fallecido y en la estancia lo empilcharon con su ropita y un par de botas nuevas. El padre Juan se dio cuenta de las botas del difunto y le hizo un gesto, como que tuviera ojo, a un sordito que estaba en el velatorio …que tenga cuidado con las botas. El padre, antes que taparan el cajón, fue a rezarle el último responso, miró ¡y ya no estaba el par de botas!, entonces lo apuró al sordito que le respondió: “¡Pero padre! …para lo que este cristiano tiene que caminar arriba …¿para qué quiere botas?” .
En los buenos años hacíamos asados en el quincho de San José Obrero, con guitarreadas, cantos, zambas, cuecas, tangos. Había un equipo de unos seis o siete varones que éramos el cinturón de seguridad del padre: Clemente Pérez, Elías Caballero, Federico Severnic y yo, entre otros. Me tocó ser el primer presidente de la Pastoral, ayudando al sacerdote en sus actividades. Me integré a esta comunidad, me dediqué al comercio y también me gusta escribir.
En agradecimiento vaya este homenaje al querido amigo, el padre Juan.

César Riquelme

En 1999 llegué de Punta Arenas a Río Gallegos y creo que siempre que uno llega a un lugar absolutamente desconocido, que por muy cerca que estemos, es otro país, necesitamos una mano amiga y conversando con diferentes personas todos daban la misma referencia: “Anda a hablar con el padre Juan que él puede darte una mano”.
Es así que llegué a hablar con él en la parroquia San José Obrero y me tendió una mano generosa muy importante. El fue de los primeros impulsores de la Pastoral Migratoria que trabaja y atiende en el Obispado todos los martes para que quienes venimos de afuera podamos regularizar la parte documental. Una vez que encontré trabajo, traje a mi familia.
Uno de los elementos que más llaman la atención es su acogida al migrante, creo que el valor del amor que él irradia a quienes venimos de afuera se debe a que a él no le importa el origen, el color de la piel ni las costumbres, sino que simplemente le interesa ayudar a las personas, entonces digo que cumple muy bien su dimensión sacerdotal porque es padre, amigo y hace su trabajo de sacerdocio.
En estos cuarenta y cuatro años que lleva trabajando en esa diócesis han pasado por él muchísimos chilenos a los que ha sabido tender una mano y además ha sido un referente muy importante, generación tras generación, en el casamiento, el bautismo de los hijos, después con los nietos y, naturalmente, el acompañamiento de un ser querido hasta el cementerio.  
Más adelante, después de conocer al padre Juan, empecé a trabajar y comencé a hacer mi camino de fe en la parroquia “Nuestra Señora del Carmen”, después tuve la suerte de tener mi primer acercamiento de trabajo con el padre cuando se inauguró el santuario de San Cayetano al que le faltaba la terminación. Es así que cuando logró reunir los recursos, terminaron la obra y me tocó trabajar en la organización de su inauguración, con la presencia de monseñor Alejandro Buccolini que consagró el templo al servicio y advocación de San Cayetano.
En este sentido el padre Juan se hizo eco en 1998 de una inquietud de un grupo de creyentes y devotos del Jesús Nazareno-que es tan venerada en Chiloé-cuando quisieron traer su imagen. El padre le comentó la inquietud al obispo Buccolini y se hicieron las gestiones pertinentes, entonces, en el marco de la visita de la Virgen de Guadalupe en que vino la gente de Punta Arenas, un grupo de señoras junto al padre Juan plantearon la inquietud al obispo de esa ciudad, monseñor Tomás González Morales, quien les aseguró que enviaría la imagen de regalo. El obispo habló con su par de Ancud y éste aceptó que se llevara una copia de la imagen que fue encargada al escultor en madera chilote Milton Muñoz. El 22 de abril de 1999 la imagen llegó finalmente al obispado de Río Gallegos donde monseñor Buccolini la bendijo y luego en procesión por las calles de la ciudad, hizo un alto en el Centro Chileno y luego siguió hasta el barrio Evita donde se depositó con inmensa alegría. Al año se celebran por el Nazareno dos fiestas: el 22 de abril por su cumpleaños y la gran fiesta que tiene lugar el último domingo de agosto.
Estos últimos años aprendí mucho del padre Juan sobre cómo reflexionar la palabra, el amor a los hermanos, de que es tan importante la predicación como el hecho porque no basta solamente con decirle a alguien que Dios lo ama, también ese amor se debe reflejar en hechos como una visita a la casa, acercar el trozo de pan que falta en la mesa, una ropa de abrigo. Un claro ejemplo es la obra del padre Juan y las Hermanas Vicentinas del comedor de la capilla “María de Nazaret” que diariamente ofrece el almuerzo a unos cincuenta niños.
En cuanto a su basta obra aquello que marca a fuego el trabajo del padre Juan es que no sólo se preocupó de que en un barrio estuviera el templo sino que además alrededor o cerca estuvieran: el jardín, la escuela, el dispensario, la comisaría, lo que vimos reflejado en los barrios “Del Carmen”, “Belgrano”, “Evita” y ahora está sucediendo en el “San Benito” donde el templo está en construcción y el gobierno se comprometió en construir una escuela. El padre, además, ahora está trabajando en los barrios que están frente al aeropuerto y en el barrio “Los Lolos” donde da una mano muy importante.
Es que siempre que la gente tuvo alguna necesidad, además de recurrir a las autoridades, ha sabido utilizar los buenos oficios del padre Juan que se presenta ante ellas con mucho respeto y cariño, pero también con mucha energía, haciendo ir a las autoridades hasta el terreno en cuestión para que vieran la realidad. Este es el estilo de trabajo que marca indudablemente el amor de la gente por el padre Juan.

Luis Angel Barría

Tenía doce años y estudiaba en el Seminario Pablo VI de Viedma, y cuando regresé de vacaciones a Río Gallegos empecé a trabajar con el padre Juan en la parroquia San José Obrero. El conocía a mi abuela paterna y eran de la misma edad.
Mi primera impresión fue la de un sacerdote español muy animado y después-a lo largo de los años-pude darme cuenta de algunas cosas que en ese momento no podía entender.
El Río Gallegos de esa época era muy distinto a este. El sector de San José Obrero era un barrio que recién estaba comenzando. Me acuerdo que al frente de la iglesia de San José, hacia la laguna María La Gorda, era una cantera donde vivía gente y cuando éramos chicos nos asustábamos al verlos. El padre me contó que apenas llegó a Río Gallegos se sorprendió de la pobreza de la periferia.
En esa época pude ver algo muy especial que tenía el padre y era esa cualidad de hombre visionario porque en las misas o en los rosarios había en la iglesia una o dos personas, entonces decía por el altoparlante que los vecinos se apuraran porque se estaba llenando y así motivaba a la gente.
En la época militar pidió al ministro Manrique cinco millones para la obra del barrio Del Carmen y finalmente le dieron once con los que se hizo la iglesia con sus dos torres, el centro de salud, el jardín, la Escuela Laboral “Domingo Savio” y la Escuela 44.
Mi madre colaboraba con el padre Juan en la Junta Vecinal y él llevaba a los intendentes para que escucharan los reclamos de los vecinos.
Mi familia luego se mudó cerca de San José y lo veíamos a las siete de la mañana con sus canastos llenos de pan para repartir por los distintos barrios. En la parroquia tenía una despensa repleta de víveres que eran los que repartía a los más carenciados y desde hace cuarenta y cuatro años organiza una cena navideña para los pobres en San José Obrero.
Más adelante participé del grupo de jóvenes dentro de la parroquia donde muchos conocimos a quienes después fueron nuestras esposas.
Hace algún tiempo le dije que quería conversar con él para saber todo lo que hacía. Unos días después me lo encontré en La Anónima con varios carros de mercadería como carne, leche, pan, facturas y me dijo: “Luis Angel. Esto es lo que hago. Esto es para los chicos del San Benito que tienen una actividad”.
Un día le conté que me vinculaba a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días y lo tomó en forma muy natural y en ningún momento me hizo algún comentario negativo, creo que lo aceptó porque sabe que sigo en una misma creencia en Jesucristo, firme.
Este año-en que él estuvo internado-tuve el privilegio de cuidarlo junto a otras personas y él resaltaba que yo era el único mormón que lo hacía. He tenido la dicha de conversar largo y tendido con él, que me contara su vida, sus primeros años, sus proyectos. Me dijo: “¡Anota Luis Angel!”.
El padre Juan es promotor de las iglesias y parroquias en distintos barrios: “Del Carmen”, “Inmaculada”, “Sagrado Corazón”, la capilla “Virgen de Loreto” de la Fuerza Aérea, la Iglesia de “San Francisco y Santa Clara” del barrio Concejo Agrario, “María de Nazaret”, “San Cayetano”, la capilla “Nuestra Señora de Luján” de Base Marambio en la Antártica y ahora en el barrio “San Benito”.
El padre Juan visita a mi familia desde que nació mi primer hijo. En cada acontecimiento familiar está cerca y en Navidad canta con nosotros y es un ser muy animado, realmente disfrutamos mucho de su visita. Este es un privilegio no sólo mío sino de muchas familias que lo reciben.

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