"Padre Juan Barrio Herrera, iniciador de la obra del templo de San Benito, en Río Gallegos"En Castroserna
Yo nací en 1927 en Castroserna de Abajo, en la provincia de Segovia, España, un pueblecito con un hermoso río que baja de la montaña y permite una abundante vegetación. Este dista unos ochenta kilómetros de Madrid, pero en esa época parecía lejísimos porque no había vehículos salvo que se tomara un ómnibus que demoraba bastante.
Mis padres fueron Juan Barrio y Joaquina Herrero y mis hermanos: Manuel, Rufino y Joaquina. Mi familia vivía del campo donde se cultivaba toda clase de cereales y vivíamos realmente bien. Mi madre ejerció el magisterio desde los diecisiete años y fue la única maestra que tuve de pequeño. Ella tenía dos hermanos que también eran maestros. Una prima mía era Elvira-hija de tío Luis-que fue de las Hermanas Agustinas.
Mi madre fue maestra por más de cincuenta años y se jubiló recién cuando cumplió los setenta. Era una escuela mixta porque los pueblos allí eran pequeños.
Mis abuelos paternos eran tres hermanos Barrio casados con tres hermanas González y vivían las tres familias vecinas con el mismo patio donde correteaban las gallinas y los pollos. Mi padre además tenía comercio.
Mi casa era de piedra, sencilla, construida por los constructores vecinos, las calles de tierra o piedra. Hay muchas cuevas y una ermita dedicada a la Virgen de los Remedios.
Allí viví hasta los once años que fue cuando ingresé en el Seminario Diocesano de Segovia. Había pensado en algún día ser un sacerdote, mis padres me apoyaron y con mucho sacrificio monetario me dejaron ir al seminario. Había terminado la Guerra Civil Española y la situación no era buena.
Es que nosotros estábamos en el límite del frente y esta es una historia muy difícil de contar. En 1936 empezó la guerra. Yo tenía apenas diez años y estaba muy asustado. Teníamos mucho miedo, escuchábamos los aviones y los bombardeos.
Había que llevar los animales al frente de combate para colaborar con los soldados porque de lo contrario venían a las casas y sin pedir permiso se llevaban las vacas y las ovejas, y con un burrito de noche, cuando no nos vieran, salíamos a buscar leña para llevarles al frente porque en invierno hacía mucho frío.
En esos años pasamos hambre y muchas privaciones. En la casa se trataba de esconder algo de comida para que no se llevaran todo. Hay cosas de la guerra que es mejor ni contarlas. Murieron vecinos y amigos nuestros. En el pueblo no hubo daños salvo el sufrimiento por los muchachos que no volvieron. Eso fue muy triste. Una vez que terminó la guerra civil, España pasaría muchos años más de hambre.
Juan maestro
Mi familia me acompañó a Segovia donde quedé pupilo. Es que sentía deseos como siente un buen cristiano, teniendo la gracia de Dios de nuestro bautismo en nuestra alma que nos invita a vivir en comunión, con esa gran familia que es la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En el seminario recibí una formación que sentí con mucha alegría, aunque todavía como un niño porque no comprendía muy bien de qué se trataba.
Un año después mi madre se trasladó como maestra a un pueblo de la provincia de Avila, entonces decidí dejar el seminario y estudiar magisterio como mi ella.
En 1948 me recibí de maestro en la Escuela Normal de Magisterio en Avila y empecé a ejercer en 1950.
En ese momento tenía que determinarme a formar una familia, sin embargo mi corazón seguía muy inclinado y piadoso, a mi manera, cerca de los curas y yendo a misa, es decir que me tiraban mucho las cosas de la Iglesia.
Mientras tanto en Victoria crearon una escuela para gitanos. Esta era la segunda porque la primera fue hecha en Zaragoza. El Consejo Provincial de Educación me propuso ser maestro de los gitanos. Me daba mucha ilusión el fin de ver una forma nueva de vivir. Había además religiosas que atendían a los chicos gitanos. Me iba con ellos a sus asentamientos adonde me invitaban y tenía algo de miedo de que me ofrecieran de almorzar, sin embargo me encontré con que cocinaban estupendo.
El seminario
En ese entonces todavía sentía el deseo de algo que no llegaba a descubrir y la idea de ser sacerdote rondaba en mi cabeza cada vez más, pero tenía veintinueve años y normalmente los seminaristas empezaban a los doce o catorce años y a los veintidós o veintitrés cantaban su primera misa.
Un día me decidí y llamé por teléfono desde mi escuelita de gitanos al rector del Seminario a quien conocía de vista y le dije que me gustaría tener una entrevista porque tenía una pequeña inquietud: “Te espero en el confesionario de la catedral el día…” y allí nos encontramos y le conté toda mi vida como si fuera una confesión general.
Me dijo que al seminario también ingresaban mayores y que tenían cursos intensivos, uno era de latín.
Mi preocupación era cómo iba a ser todo eso …cómo pagaría la pensión de cuatro mil pesetas al año si dejaba mi empleo como maestro. Por fortuna tenía amistades. Entre quienes habían fundado la escuela de gitanos había laicos comprometidos, personas muy pudientes, que cuando se enteraron de que me iba al seminario me dijeron: “No te preocupes. Todos los gastos que tengas nosotros te los vamos a pagar”. Esto me alentó sobremanera.
El obispo de Victoria era Francisco Vallabrígara, un aragonés de Zaragoza que me recibió con mucho cariño. Un día el rector del seminario me contó que el obispo le había dicho que no me pusieran ninguna dificultad y que me ayudaran a ser sacerdote.
En el seminario de Victoria había setecientos seminaristas y después crearon las diócesis de Bilbao y de San Sebastián. En Vizcaya, Gipuzcua y Avila ahora tenían cientos de seminaristas.
Mi madre quedó impresionada con la noticia: “¡Cómo! …¡A tus años! …¿ahora? …¿y cómo te vas a defender?” y le dije que tenía gente buena que me ayudaría y que además me pondría en las manos de Dios y que veríamos lo que sucedería.
La ordenación
Me ordené sacerdote diocesano el 15 de julio de 1963 en la Casa Provincial de los Jesuitas de calle Maldonado y allí no conocía a ninguno de los ordenandos ni al obispo siquiera. Y canté mi primera misa en Segovia al día siguiente, el 16 de julio de 1963, Día de la Virgen del Carmen, en el santuario de la patrona de Segovia “Nuestra Señora de la Fuentisla”. Mi madre y buena parte de mi familia estaba presente.
El obispo de Victoria quería que yo fuera el sacerdote de los gitanos, pero me costó mucho encardenarme en la provincia de Vascongada ...son buenísimos, pero son distintos y pensé que no iba a poder desarrollar plenamente mi sacerdocio, entonces decidí irme a mi diócesis de Segovia porque pensé que estaría más normal y podría desarrollarme y trabajar con más naturalidad.
En Victoria se llevaron una gran desilusión tras enterarse de que me marchaba. Me fui entonces a mi diócesis. Me encardené allí y me dieron el pueblo de Cuella con catorce parroquias donde permanecí dos años. Yo la gocé allí porque había tres o cuatro religiosas, dos concepcionistas de vida de clausura y contemplativa y dos franciscanas de vida activa. Unas atendían el colegio y las otras el hospital. Yo era uno de los vicarios. Me levantaba con entusiasmo a las seis de la mañana a tocar el Ave María con las campanas.
Más adelante me trasladaron a un pueblecito, Otero, muy cerca del Valle de los Caídos y del Escorial, donde tienen la ermita de la Virgen de Ladrada, decían que la vio un pastor porque empezó a ladrar su perro.
Un día me enteré que pasaba un sacerdote que buscaba vocaciones para los salesianos y le mandé catorce muchachos a su seminario, algunos llegaron a ser sacerdotes.
En ese momento sentí que este pueblito me quedaba chico y le pregunté al salesiano cómo había que hacer para llegar a algún sitio que tenga necesidad aunque fuera el último del mundo donde nadie quiera ir. Me dijo: “Mira …pues hay dos diócesis en la Argentina que son Río Gallegos y Neuquén”, entonces escribí a los dos obispos: a monseñor Nevares de Neuquén y monseñor Magliano de Río Gallegos que casualmente estaban en el Concilio Vaticano Segundo.
Me contestaron ambos cartas muy atentas. El de Río Gallegos me escribió: “No tenemos ningún sacerdote diocesano. Será el primero. Se acaba de fundar esta diócesis”. Otro día me escribió diciéndome que iba a conocer mi parroquia porque le había dado buena impresión y tenía mucha necesidad de contar con un colaborador, pero yo no quería irme solo y le ofrecí al padre Felicísimo Gómez que también se decidió a acompañarme.
Hacia la Argentina
Me marché de Otero sin decirle adiós a nadie. El 4 de octubre de 1966-Día de San Francisco-llegamos en barco a Buenos Aires donde nos recibieron los salesianos que nos llevaron a recorrer la ciudad y la Basílica de Luján. Eramos los primeros curas de clero diocesano.
El 12 de octubre viajamos en avión a Río Gallegos ... Me reía porque decíamos: “¡Como Cristóbal Colón!”, pero a la conquista de la Patagonia.
Al día siguiente monseñor Magliano nos recibió en su despacho del Obispado. Nosotros preguntamos dónde teníamos nuestra parroquia y nos respondió: “La diócesis es su parroquia …nosotros no sabemos nada de parroquias porque faltan sacerdotes para atender a tantos jóvenes y colegios que tenemos. Hacer lo que quieran” y enseguida nos fuimos con Felicísimo a recorrer los barrios del pueblo y nos llamaba la atención lo pobre que estaban.
(El padre Felicísimo Gómez fue quien levantó la iglesia y la parroquia San Vicente de Paul).
Artículo publicado por Pablo Gustavo Beecher, en el diario La Opinión Austral de Río Gallegos.
Otra publicación: "Adiós a un verdadero misionero"
Artículo publicado por Pablo Gustavo Beecher, en el diario La Opinión Austral de Río Gallegos.
Otra publicación: "Adiós a un verdadero misionero"
Que hermosa publicación! Mucha gracias por compartirla.
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